El estrés, la crisis mundial y la política. Nadie se libra de él. El stress,
como es bien sabido, es necesario
para las supervivencia normal del ser humano (sin obviar al resto de especies).
Es una respuesta natural del organismo ante variadas situaciones que puedan
presentarse al animal social. Pero, cuando estas situaciones son difíciles de
manejar, el individuo entra inexorablemente en una suerte de inestabilidad que,
de no amainar, puede conducirle a muy serios problemas de salud.
La crisis sistémica que padece el
planeta conlleva en general, entre otras desgracias, un incremento galopante
del desempleo. Lo cual, en un proceso de retroalimentación incesante,
significa, para los parados y sus familias, una bajada de calidad de vida/una
caída en la autoestima y el nivel
de felicidad/un padecimiento (somatización incluida) psicofísico de tal
mayúsculo problema/una bajada de calidad de vida….
Por añadidura, los menos
desfavorecidos ante la crisis, los que aún conservan su empleo, también han
entrado usualmente y dependiendo de la solución adoptada por los respectivos
gobiernos, en un estado de estrés sobredimensionado. A la incertidumbre de si
incrementarán o no la cifra de parados, se unen unas medidas de fuerte castigo,
sobre todo en ciertos países cuyos
gobiernos pretenden bajar el porcentaje de desempleo reduciendo derechos y
sueldos a los trabajadores. En este sentido, España y sus gobernantes PP y
Rajoy, emergen como líderes indiscutibles de un ultra conservadurismo que,
siendo en esencia el pirómano de la crisis mundial, ahora, con la misma
medicina pero a mayor dosis, pretende hacer de bombero. Para apagar el fuego,
más fuego.
Como complemento de todo ello,
los últimos acontecimientos relativos a las manifestaciones públicas de jóvenes
estudiantes, no son precisamente la mejor terapia para un país que, estresado
de manera superlativa, necesitaría en estos momentos más solidaridad y menos
egoismo de los poderosos y, en suma, una distribución del coste de la crisis
proporcional a los niveles adquisitivos de los ciudadanos. Así, la política, podría
aminorar, no incrementar, el nivel de tensión, de estrés, de los ciudadanos. Porque
pagamos a los políticos para que nos hagan más felices, no infelices.