viernes, abril 27, 2012

La oportunidad de oro de la izquierda española

Rajoy y sus ministros -y compañía- no tienen límite alguno. Parece darles igual ocho, que ochenta, que ochenta mil. Han subido a la nube de la mayoría absoluta de hace poco más de cuatro meses. Y desestiman que esa nube, si no legalmente deshecha hasta unas próximas elecciones con eventuales resultados en contra del PP, sí está desintegrándose en  la percepción y valoración que la mayoría ciudadana tiene (ver encuestas) del mayor desatino político-económico-social desde la salida de la dictadura en nuestro país. 

Porque el gobierno del PP, sin llegar aun a los veinte viernes, ha batido dos récords importantes: uno, en términos de recortes sociales en el más amplio, variado y vomitivo de los sentidos (y esto sólo ha empezado); el otro, como anoto más atrás, la bajada del partido conservador en las encuestas a una velocidad que empieza a ser de vértigo. Aunque quieren disimular, se nota que están tan preocupados como ocupados. No es de extrañar, pasarán posiblemente a la historia negra de España, y tengo la impresión de que lo saben.

No obstante, el PSOE, según los citado sondeos, sigue estancado, mientras que IU apenas incrementa su engarce con la opinión pública progresista. La izquierda (sin menospreciar a otros partidos minoritarios en esta línea), en esto está como el PP estaba hace medio año aproximado. Es decir, obteniendo réditos exclusivamente del desmoronamiento del adversario natural, que no de la dinámica propia.

Esto es, por si no ha quedado suficientemente claro, el partido socialista necesita urgentemente recomponerse (si no le apetece denominarlo refundarse) ideológica y estructuralmente. Debe volver a ilusionar y a persuadir a millones de personas. En este sentido, para empezar, ha de ubicarse de manera inequívoca en el corazón mismo del ideario progresista, en el centro de la izquierda, que no en el centro izquierda sin más. E IU tiene recorrido, asimismo, para completar un objetivo irrenunciable para una democracia profunda: que todos los ciudadanos voten, y no que se abstengan y sobre todo los que pueden sostener el avance social.

Y además, lo tengo muy dicho, cuando se consulta al pueblo el PP se presenta como único partido no nacionalista de la derecha, y por ello con relativa probabilidad de acceder al gobierno si en el otro lado hay desunión y abstención electoral acusada. Y, ya en el siglo XXI, horror, la izquierda sigue sin ir electoralmente junta, con el consiguiente perjuicio en términos de resultados.

O PSOE e IU arreglan esto, o los ciudadanos a los que ideológicamente representan, pueden empezar a conjugar, aún con la que está cayendo, el verbo pasar. Hace mucho que aviso sobre este asunto. Ojalá los intereses de unos pocos no pesen más que los de la mayoría (progresista, por cierto) del pueblo español. Porque aquí y ahora, está la gran oportunidad de hacerlo si quieren. Ell@s saben que deben. Y además, los movimientos sociales legales y civilizados que parecen avecinarse como respuesta a la política ultra reaccionaria del gobierno del PP, son una coartada de gran valor para la institucionalización de esa unión electoral (al menos) de las formaciones progresistas de nuestro país. Para ganar. Y para hacer una sociedad más igual y más libre.












viernes, abril 13, 2012

La opinión ciudadana no sólo vale cada cuatro años

Desde el inicio de la transición democrática en nuestro país, hace ahora poco más de treinta y cinco años, nunca los ciudadanos, en general, habíamos tenido una sensación tan intensa de que España y sus gentes vamos mal, muy mal, y de que aún vamos a ir peor en los próximos tiempos.

La crisis sistémica, propiciada por las exacerbaciones de los protagonistas más estelares del capitalismo duro, ya hacía presagiar, hace tan sólo  un par de años, que vendría una época dura. Dura para los de siempre, para el sostén del sistema, las clases media y baja, la gran mayoría de ciudadanos. Pero, una formación política conservadora, el PP, con un acusado oportunismo político, se desentendió de cualquier alianza con el gobierno socialista anterior (que tuvo errores monumentales) para amortiguar dicha crisis. Y, eso sí, puso en marcha una gran campaña de acoso y derribo sobre Rodríguez Zapatero y sus correligionarios. Para ello, no dudó en lanzar afirmaciones y promesas que, ciertamente, para bastantes españoles suponían un alivio, una esperanza.

Ganadas las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2011, y pocos meses después las generales, los votantes del PP e incluso no pocos de los no votantes a este partido quedaban expectantes: habría más empleo, menos impuestos, más transparencia informativa, y un largo etcétera. Era el tiempo, pues, de Rajoy y su país de las maravillas.

Y, en menos de un suspiro, el nuevo presidente y sus colaborador@s pasaron del sugerente y prometedor azul celeste al gris oscuro de los grandes cataclismos del tiempo atmosférico. Más impuestos que hieren esencialmente a los débiles, rescate para los defraudadores. Incremento del desempleo a una velocidad vertiginosa. Retroceso histórico en los derechos de los trabajadores. Y, en en general y con mucha prisa, desmantelamiento paulatino del Estado de Bienestar instaurado en nuestro país durante los últimos treinta años, de lo que no parece que se librarán ni la sanidad (envidia del mundo, aún con todos sus defectos) ni la educación. Ni siquiera Aznar se atrevió a tanto dislate, aunque algo intentó.

La huelga general y las últimas elecciones en Andalucía y Asturias, dejan claro que la ciudadanía comienza a reaccionar. Y que el PP empieza a perder apoyos en la calle, que es de donde le viene esa mayoría absoluta. Quizás, en este punto, las presiones sistémicas a este partido en eterno idilio natural con las altas finanzas, no dejen ver al gobierno, a su presidente y a la mentada formación que les sustenta, que la opinión de los protagonistas de la democracia, los ciudadanos, no es sólo la que se recoge cada cuatro años en las urnas. Las encuestas científicas y fiables (que también las hay) son una herramienta de nuestros días que no debe desestimarse.

Porque la democracia representativa, para intentar paliar ese largo desierto entre comicios, tiene a su alcance la posibilidad de pulsar el tono del pueblo. Incluso de monitorizar esta consulta, de lo cual seguro que no anda muy lejos el potente entramado gubernamental, esté quien esté liderándolo.

En este punto, hay que decir con meridiana claridad que si las cosas siguen así (y así parece que seguirán e incluso con mayor virulencia social) el gobierno no debe, en pura lectura democrática, construir una falacia argumental en razón de la pretendida patente de corso para cuatro años. La historia, lamentablemente, está llena de ejemplos de insuficiencia democrática. Y, si Zapatero cayó de bruces por salirse del programa socialista, Rajoy puede llevar el mismo camino por hacer todo lo contrario de lo que prometió en campaña y en pre campaña.

La democracia pura, la democracia directa, al menos puede tener un sucedáneo en tal representación del pueblo que nos hemos dado: consultar a éste y obrar en consecuencia, en virtud de su opinión. Y no de la opinión de las altas finanzas y sus insaciables tiburones, que no representan en absoluto, ni en España ni en país alguno, al agregado social.

Un apunte final: las encuestas relativamente fiables tienen su reválida natural en las manifestaciones legales y civilizadas que los ciudadanos hacemos, echándonos a la calle y/o haciendo huelga, cuando creemos conveniente decir a los políticos que no estamos de acuerdo. Ojo, no hablo ya de progreso, solidaridad o justicia social, con ser, éstos, conceptos muy abultados. Hablo de la madre de todos: de la excelentísima DEMOCRACIA.

domingo, abril 08, 2012

35 años de la legalización del PCE. Algo hay que hacer en la izquierda.

Me pilló justamente en Torremolinos, con unos amigos, estábamos pasando allí -con poco dinero- media semana santa, de miércoles por la tarde, que salimos de Madrid, a domingo de resurreción. Fue como una bomba. Ninguno de ellos se dio cuenta de lo importante del suceso y, como yo insistía muchísimo, al final les tuve que explicar lo siguiente:

La legalización del PCE era la auténtica prueba del 9 de la democracia que se iniciaba. Suárez, les decía, no estará muy, muy preparado, pero es listo como el hambre. Esto traerá un levantamiento de la ultraderecha, les argumentaba, pero no tiene nada que hacer, esto no lo para nadie. 

Tanta era mi efervescencia con el asunto, que tuve que recordarles que yo no militaba en el PCE y que ni siquiera era comunista, que como sabían era (y sigo siendo) una suerte de libertario socialista, implicado hasta las ingles desde incluso antes de aquel 1977. Pero no con el PCE. De ahí, mi mayor credibilidad con mis amigos. 

Poco después, el PSOE de Alfonso Guerra y Felipe González (yo siempre prefiero este orden), dio la sorpresa y se situó como primera fuerza de la izquierda, por delante y a gran distancia del PCE liderado por Santiago Carrillo, otro de los artífices, con el mentado Suárez, Guerra y algunos más, del encaje de bolillos que suponía entrar en democracia desde la dictadura y sin violencia. Aunque, naturalmente, el gran protagonista y quien tuvo la última palabra fue el pueblo. 

Tras aquella noticia y mi explicación, nos seguimos dedicando a lo nuestro en aquellos  cuatro días, disfrutar en lo posible de aquel paréntesis que significaba entrar en contacto con otr@ jóvenes extranjer@s. Para mí, que acababa de llegar de Escandinavia, referencia inexcusable para cualquier demócrata progresista de aquellos años, era en realidad un punto y seguido.

Pues bien, en nuestros días, como en toda la transición (e incluso antes) y sin olvidar otras opciones minoritarias a escala nacional, el socialismo español (PSOE, aunque convivió al principio con el inolvidable PSP de Tierno Galván) y el comunismo junto a  otras tendencias enfáticamente progresistas pero no comunistas (IU), siguen como los vecinos regañados, saludándose como mucho y votando juntos cuando no hay más remedio. Pero desconfiando mutuamente una parte de la otra -del mismo tronco de la izquierda, conviene recordarlo- en el día a día, en una estrategia común y, en fin, en abordar de una puñetera vez lo que la inmensa mayoría de los ciudadanos progresistas pide: cerrar filas para que la derecha no gane.

Los penúltimos acontecimientos en este país no han ayudado, hay que reconocerlo, a esa unión. No es de extrañar que IU eche pestes del año y medio final del gobierno de Rodríguez Zapatero. Pero los últimos sucesos, esto es, el triunfo colosal del PP ocupando el gobierno de la nación y el de la inmensa mayoría de comunidades autónomas y de ayuntamientos, y sobre todo la parición de la agenda oculta conservadora, sin parangón tan negativo para la ciudadanía (y en tan poco tiempo) en toda la historia democrática de España, debe ser -en mi opinión- el elemento precipitador de la unión estratégica de la izquierda. No sé si en una sola formación, como ya he escrito en repetidas ocasiones, o al menos en coalición perenne, para elecciones y para gobernar. Así sea. Y así, la legalización del Partido Comunista de España, hace treinta y cinco años, todavía serviría para más.


domingo, abril 01, 2012

La inminente soledad del PP

Tras una campaña que empezó hace unos años, de acoso y derribo a Zapatero, el PP de Rajoy y compañía accedió al gobierno de la nación y de la gran mayoría de comunidades autónomas y ayuntamientos. Y lo hizo, en buena medida, por el inmenso error del anterior presidente socialista de no convocar en mayo de 2010 unas elecciones generales adelantadas y así no tener que llevar a cabo unas medidas propias de la derecha que, en todo caso, naturalmente no estaban en el programa del PSOE.

Ahora, poco más de tres meses después de llegar a la Moncloa, Rajoy acomete un abanico de medidas que, nunca, en toda la historia de la democracia española, habían sido tan duras para los trabajadores. Y se ha encontrado con una huelga general (la primera, veo que no será la ultima, ni siquiera la penúltima, de la legislatura) a todas luces merecida. Con independencia de lo que los medios de comunicación afines al ideario conservador (mayoría clara) han contado, la huelga, para estas circunstancias, ha sido un éxito notable que ha sorprendido al gobierno. E incluso, si son sinceros, a los propios líderes sindicales, que tenían sus temores.

Pero, el acoso a los trabajadores por parte del gobierno del PP es tan monumental, que la ciudadanía, aún con poca inercia de huelga todavía a estas alturas del curso político, en efecto ha respondido suficientemente. Y no es arriesgado pensar que una mayoría importante de los millones de trabajadores (progresistas y también conservadores) que han escuchado incesantemente en la anterior legislatura -y sobre todo en la campaña para las generales del 20N- las promesas de Rajoy y su coro, esté literalmente indignada. Porque esas promesas se han tornado en todo lo contrario, con menos derechos y salarios para los empleados y una alfombra de terciopelo para empleadores y defraudadores.

Así, estas exacerbaciones del sistema capitalista, plasmadas aquí y ahora en Rajoy y su BOE, están llegando a unas cotas, a unas líneas rojas, que hacen imposible pensar que la ciudadanía -repito, con independencia de su proclividad ideológica- vaya a soportar mucho más. Lo cual,  traducido en sondeo de conducta electoral significará la continua aparición de encuestas coincidiendo en la paulatina caída del presidente del gobierno y sus correligionarios.

Caída hasta la cuasi soledad, hablo de una verdadera debacle. No es exagerada la apreciación, entiendo. Al día de hoy, empiezo a pensar que, si la crisis y el desempleo continúan (e intuyo que esto va para rato), en cuatro años el PP puede perder hasta las pestañas. Y lo que es peor para este partido, la usual tendencia de los políticos a aguantar en el poder, haría pasar por alto que, por muy precipitado que parezca (con sólo algo más de cuatro meses desde las elecciones generales y contando con mayoría absoluta), lo mejor sería que Rajoy empezara a pensar en adelantar las elecciones, como mal menor para su formación.

Pero aventuro que lo que probablemente ocurra es que haya una remodelación del Ejecutivo dentro de un año, más o menos. Y a correr. Pero a correr hacia atrás, insisto, y con una supina soledad. Con sus consecuencias. Tiempo al tiempo.