viernes, mayo 10, 2013

Por un nuevo cambio

Cuando, en la segunda mitad de la década de los 70 del siglo pasado, España comenzó a mejorar de la horrible enfermedad que el virus fascista rebelde produjo durante las cuatro décadas anteriores, se dibujaba así una magnífica perspectiva de libertad y democracia. Ciertamente, dependiendo del celebérrimo color concreto del cristal con que se analizase el futuro, la opinión acerca del tiempo de consecución de tan encantadora pareja de conceptos y de la intensidad misma de éstos, difería y no poco en la gran variedad de partidos políticos de aquellos principios.

No obstante, con sacrificios (sobremanera en la izquierda) en los programas de esa pluralidad de formaciones políticas que pretendía representar a la ciudadanía, se dio con muchas dificultades una denominada transición relativamente pactada. La cual nos situó ya en los inicios del siglo actual en unas coordenadas con mínimos aceptables (que no maravillosos ni mucho menos). Por definirlo de modo sucinto, la derecha cedió en la puesta en marcha del Estado de Bienestar, mientras la izquierda cedía en la asunción cotidiana del paradigma de producción capitalista.

Con las naturales diferencias de ideología y eficacia, así como con bastantes desengaños, los gobiernos consecutivos de UCD, PSOE y PP, desde aquellos albores democráticos hasta el 10 de mayo de 2010 (día de la rendición del presidente Rodríguez Zapatero ante el capitalismo especulativo), produjeron una España presentable en términos comparativos internacionales. Si bien, a años luz -como el resto del mundo- de una sociedad plenamente libre, igualitaria y por tanto democrática con mayúsculas.

Las debacles electorales del PSOE en 2011 demostraron la sin razón de aquella última etapa del gobierno Zapatero. Que fue aprovechada por el PP y Rajoy para conseguir una victoria con mayoría holgada, tanto en las municipales y autonómicas (con alguna sorpresa negativa para los conservadores) como en las generales. Y, muy importante, con sendos programas (fundamentalmente para los comicios en que se ponía en juego el inquilino de Moncloa) que, en general, cantaban todo lo contrario de lo que hoy ponen en práctica distintos gobiernos del PP, y singularmente el central.

Así, el PP de Rajoy, y sus sucursales a lo largo y ancho del país (con muy ligeras matizaciones en algún caso concreto), caretas quitadas y sin rubor alguno, han elevado a la enésima potencia el desatino del comentado lamentable final de Zapatero. Tan palmario es el caso que, entre PP y PSOE, han reventado el bipartidismo. ¿No hay mal que por bien no venga?

Dicho todo lo cual, parece meridianamente claro que los pacíficos movimientos sociales actuales, válvula de escape de esta sociedad maltratada, no van precisamente -al menos en su gran mayoría- por propiciar más derecha, y con ello, menos derechos, más recortes y desigualdad, más ruina y, por ende, menos libertad real (no formal), menos democracia real.

De manera que no es de recibo que, diecisiete meses después de gobierno PP con las consecuencias descritas, la izquierda no haya sido capaz de articular una oferta conjunta a la ciudadanía que lleve más ilusión en principio, y más felicidad finalmente, a millones de personas en verdad desmoralizadas y llorando por todo lo destruido en este año y medio: buena parte de lo hecho entre tod@s en tres décadas y media.

Si en 1982, el PSOE arrasó ¨por el cambio¨, aquí y ahora y con circunstancias dramáticamente bien distintas e incluso en gran medida peores, es la izquierda amplia la que debe impulsar un nuevo cambio. Basado en la voluntad de tanta gente deambulando y manifestándose en sus casas, trabajos (quienes los tengan), corrillos, tertulias y, fundamentalmente y de manera civilizada, en las calles. Porque no hay urnas sin gente, y la gente es esta, sin olvidar y respetando a una minoría que está dispuesta a tragar -aún padeciéndolo- a este PP políticamente descentrado.